Olmo y la semilla de Girasol
Escribo la historia de un árbol plantado en medio del valle, era uno especial, era un frondoso olmo que se creía arbusto. Lo conocí mas bien hace poco, cuando apenas era una espora o una semilla en potencia de girasol.
Recuerdo que era una mañana de primavera, abrazada a primera hora por los incipientes rayos del sol que poco a poco se asomaban al horizonte.
El frondoso olmo poco hablaba, permanecía callado, excepto cuando el viento soplaba algunas de sus ramas, a las que poco a poco se le iban asomando las bellas hojas verdes pálidas, entonces murmuraba entre labios las sensaciones que este le provocaba.
Olmo como le llamo y como siempre le he llamado, tuvo un gran problema: su extremada timidez, una timidez que bien podría confundirse con rudeza y arrogancia, pero en síntesis era eso, timidez; una timidez que le impedía mirarse con seguridad y mucho menos ver lo que estaba a su alrededor.
Yo que era mucho mas pequeña que él, siempre me pregunté que podía hacer por él. De pronto nada, por que tampoco me atrevía siquiera a mirarlo, su sola presencia me estremecía no por miedo sino por respeto. Solo con verlo sabía que era un grande entre los grandes, sabía que el se escondía en su timidez, como una tortuga entre su caparazón al menor ruido o estimulo, por mas leve que fuera. Ese era él, un olmo que se creía arbusto.
En los finales de la primavera cuando el viento se hace mas leve y sus corrientes me permitían casi decidir a donde subir, bajar, introducirme o sumergirme, lo hacía de hecho con frecuencia por que me gustaba aquella sensación de libertad, dominio y calidez al mismo tiempo que me hacían sentir única, como adolescente aunque ya no lo era; casi era una madura semilla lista para fecundar y germinar, solo que no había decidido donde, hasta que conocí a Olmo.

Vaya sorpresa cuando entre ‘sus brazos’ si así se le pueden llamar, quedé. Y digo sorpresa por que Olmo jamás se había inmutado por nada, ni mucho menos por el viento, y ni mas faltaba por alguien tan pequeña como yo. Pero fue así. Bajó su mirada profunda, tranquila y segura con cierta suspicacia para ver que era los que entre ‘sus brazos’ tenía. Era yo, que en medio de mi furia, palidecí y enmudecí al ver la imagen más bella e inolvidable.
Cruzamos fijamente el pensamiento a través de los sentidos y tanto el como yo establecimos una conexión tan fuerte como si me acabara de encontrar a mi otra mitad para ser completa, o como si el hubiese hallado su alma gemela para sentirse completo. Fue tal ese mágico momento que mi pensamiento mordisqueó un pedacito de su corazón y sentí que definitivamente no le era tan indiferente.
Desde ese día todo cambió, su timidez poco a poco resquebrajó el cristal, rompió en pequeños, cortos, precisos, puntuales y cada vez más frecuentes diálogos, saludos y asentimientos de su cabeza. A mi no me importaba mucho por que era pleno verano y yo estaba casi lista para germinar, solo necesitaba un poco de suave viento para mecerme hasta el suelo y fundirme en las entrañas de mi madre tierra y ser verdaderamente yo. Digo que no me importaba mucho, talvez porque no quería aferrarme tanto.

Así que puse a prueba esta conexión, diciéndole que por favor me ayudara a bajar, que no sería por mucho tiempo el que estaríamos distanciados. Aunque en el fondo si lo sabía, pues mi crecer implicaba mi metamorfosis vegetal, mi transformación natural y por ende mi crecimiento.
Me sorprendió su actitud. Creí que con un soplo de su aliento bajaría al suelo, pero mas que eso, lo que hizo fue generar una extraña vibración entre sus ramas, que sin mas contemplación me mandaron derecho al suelo, como si hubiese sido expulsada.
Olmo sencillamente se estremeció y cerró sus sentidos a los míos, se desprendió de mí. Sentí morir, aunque al tiempo sabía que tenía que renacer en otra vida transformada, tenía que madurar, nueva y reluciente, para el?... no lo sabía.
Pasó el otoño, el invierno y la primavera siguientes. Yo crecía inexplicablemente rápido, con tallo grueso y un botón único para ser la flor que iluminaría el valle.
En la mitad de ese verano, se acercaban mis días de abrir mi valioso color y aroma de miel que atraería miles de abejas y pájaros.
Ni me lo imaginaba, pero Olmo estaba mas que pendiente. Es mas, nunca se alejó, ni me ignoró. El sólo pausó su reloj biológico para esperarme, para verme ser.
Así fue el día que abrí por primera vez mis pétalos, Olmo ya estaba listo para mi y yo para él; en sus raíces, en donde me tumbó intencionalmente, crecí sin darme cuenta que estaba mas cerca de él y que mis propias raíces entrelazaban las suyas.
Allí comprendí que la conexión no solo era en los sentidos, sino que estábamos unidos por la vida misma, por la savia que alimentaba los lazos de un amor, certero que venció la timidez y que paciente me enseñó también que lo menos esperado, es quizás lo anhelado.
Abrí mis amarillos pétalos, uno a uno con la vista al sol esperando ser tocada por el astro mayor para recibir su primera energía. Olmo no podía estar mas plácido, su insignificante semilla aquella inquieta, voladora que dejaba pasar muchas cosas de la vida por alto, ahora era una maravillosa flor admirada y fuerte cuya presencia junto a la de él, dominaban el valle ‘siempre verde’ de ese país lejano.
Alis.
PD: Aun no se para que publico esta escrito, talvez para uno juvenil, uno infantil o uno con mucha imaginación. Lo cierto es que escribí esto como parte de una de mis tantas pasiones, luego de la música, la poesía y una buena bebida.
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