Alixon Navarro Muñoz

10 feb 2011

EX - OFICINA

Cuando se deja un lugar,  sin querer se apega y queda mucho de uno, lo curioso es que uno no se da cuenta, o poca importancia le da al asunto. Esto me sucedió hace poco con mi anterior trabajo, una ong que trabaja por la dignidad y protección de los derechos de los nnj en situación de explotación sexual, por motivos poderosos, fuera de mi alcance y que ahora no están en discusión, no continue.


Mi puesto de trabajo quedaba ubicado en el segundo piso de una vieja casona, haciendo la claridad que este espacio es el único ubicado en un segundo piso, pues el resto de la casa es una sola planta. Muchos de mis compañeros, no gustaban del espacio por considerarlo frío, ruidoso, algo sucio y muy oscuro... mas bien creo, que lo consideraban como balcon para 'brujiar' o algo así, y solo dos o tres de ellos subían a trabajar ocasionalmente.


Sin embargo cuando acepté el cargo, me preguntaron si prefería ese espacio u otro dentro de la casa; sin pensarlo, casi inconscientemente me gustó y de una subí a la 'oscura oficina'. Así las cosas, me dí a la tarea de ubicarme, apropiarme de mi espacio y que de alguna forma me identificaran en el.

Fui colocando en la pared mis cosas, fotos, pinturas, frases, reconocimientos, escritos con frases, oraciones, etc. parecía un mural-collage, para completar encendía velas e inciensos de olor;  quién nos consentía con un tinto... ¡uff delicioso!,  limpiaba el polvo a menudo y abría la puerta y ventana del balcón para que entrara aire y la luz tomara su lugar.

No niego y confieso que en más de una ocasión sentí la presencia de alguien que no veía, me llenaba de miedo momentáneamente, pero colocaba música y pasaba. Mis partners habían sentido algo similar pero nunca dijeron nada; hasta que en uno de esos calurosos mediodía, en la tertulia 'post-alnuerzo' salió a relucir un brevísimo relato sobre la extraña presencia, a la que llamaban 'don Americo'.


Pasaron los meses en aquella casa, don Americo se quedó allí, los murciélagos hacían de las suyas en las mañanas, chillonas faenas que producían impresión. Pero el oscuro espacio adquirió su propia 'personalidad', combinado con la vitalidad que los niños y niñas le infundían a la casa, y yo nunca lo ví de esa forma, ni le daba esa importancia, cosa que mis compañeras si.
 
Una amiga le tomó una foto a mi ex-oficina durante las vacaciones y me la regaló hace poco. Eso me hizo re-pensar que había sido más que mi sitio de trabajo, pues fué donde siempre oré, lloré algunas veces y reí a carcajada limpia en muchísimas ocasiones; recibí visitas, abrazos y regaños, oía musica a diario y hasta dormí pequeños lapsos de tiempo la siesta 'post-almuerzo' en mas de una ocasión. Al ver la foto, entendí que había generado un cierto apego, aunque no tan fuerte ni patológico, como para llegar a ser su prisionera, ni mucho menos perder mi libertad.

Pero lo cierto es que los objetos nos atan a este mundo terrenal y  pueden convertirse en pesados lastres para el alma, como anclas que mantienen el barco de la conciencia a nivel de la fosa oceánica (piso del mar) y no nos dejan asomar la cabeza para ver el horizonte.

Ese era mi ciclo, aunque no lo veía así, pero Dios dispuso que levantara anclas, tomara el remo y navegara, saliera a ver otras posibilidades, cambiar otros espacios, colocarles lo mío y desarrollar allí nuevas vivencias y potencialidades.